Recordé que la primera salida con Martín había sido un
viernes. El sábado no pudimos vernos (igualmente era muy pronto) y hablamos
para vernos el domingo.
Él tenía el mediodía y la noche ocupados, y yo la tarde. No me
acuerdo si podíamos dejarlo para otro día, pero decidimos que la segunda cita
iba a ser el domingo a la mañana.
Verano, calor, no saber que ponerme, un horror! A eso se le
suma que llegué primero al lugar pactado. El desayuno estuvo bien. Ahí me dice
que no tenía ganas de jugar el partido de fútbol que tenía al mediodía ¿Por qué
no lo dijo antes?
Después del desayuno, y con el calor que hacía, ni daba ir a
“pasar la mañana” a una placita. Fuimos al auto, empezamos a dar vueltas y no
me decía a dónde ir. Me quería dar besos mientras manejaba y no daba. Andábamos
sin rumbo. A mí no copa manejar y como tengo pocas pulgas le dije “bueno si no
me decís a donde podemos ir, me voy a mi casa”. Lo dejé en la parada de su
bondi (no pensaba volver a ese barrio peligroso).
Al término de esa cita ya no estaba tan contenta como al término
de la primera. Pero él se iba una semana de vacaciones y después yo viajaba el
finde largo, así que íbamos a tener unos días sin vernos.
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